Como humanos que somos, cada cierto tiempo aflora la imperativa necesidad de protección como respuesta a la indefensión propia de la vida, y los chilenos somos campeones en eso. Endiosamos, admiramos, idolatramos gratuitamente. Si analizamos fríamente, alrededor tenemos variados ejemplos. Partamos por el de moda. La Michelle, amorosa, gordita, bajo perfil, simpaticona, con cara de ciudadana de a pie, con cara de "señora de su casa", mamá. Mamá! O sea, capaz de protegernos, cuidarnos, querernos, oírnos, solucionarnos la vida. Ese es su mayor valor, la imagen proyectada, aunque carezca de elementos para levantar tal figura. Sin embargo, tanta es nuestra escasez político-afectiva, tan mínimas nuestras reservas de autoestima, que estamos dispuestos como masa crítica a pasar por alto cualquier negligencia o conducta pusilánime.
En otros ámbitos se repite la historia. Innumerables veces he oído que debemos cuidar a nuestros ídolos. Y dentro de esa categoría está Marcelo Bielsa. Un argentino que nos llevó al Mundial de Sudáfrica. Y por eso se le otorgó la categoría de dios, incluso a pesar de sus groseros modos. A esos que le rinden culto, se les olvida que él recibía millones por entrenar futbolistas? Qué tiene de ídolo un tipo que simplemente hace el trabajo por el que le pagan? Acaso piensan que Marcelo Ríos le habría regalado triunfos a Chile si por torneo ganara cien lucas? Sabe cuántos millones recibía Zamorano por "elevar" el nombre de Chile jugando en el Real Madrid?
Así construimos nuestra sociedad, a puro sentimentalismo. Tan acéfalos, tan faltos de liderazgos estamos que ensalzamos la imagen de quien represente lo que queremos ser, lo que necesitamos tener. Pero no se equivoquen, en Chile hay ídolos, y muchos. Yo me quedo con los anónimos, con lo que recogen animales de las calles, aunque la plata no alcance, con esos que ganan el sueldo mínimo y mantienen a 5 personas. ¿No cree que esos sí son ídolos?